HOMENAJE A ALBERTO TEJEDOR

Facultad de Medicina, Universidad Autónoma de Madrid 26 de octubre de 2021

 



Sensación agridulce, la alegría de veros y la tristeza de que la persona que nos ha convocado no está con nosotros para recibir nuestros abrazos. Es una perfecta metáfora de lo que supone la muerte

 

En un poema en recuerdo a su amigo Maurice Abramowicz que recoge en su último libro de poemas “los Conjurados”

 

     “Esta noche, no lejos de la cumbre de la colina de Saint Pierre, una valerosa y venturosa música griega nos acaba de revelar que la muerte es más inverosímil que la vida y que, por consiguiente, el alma perdura cuando su cuerpo es caos. No hacía falta tu voz, no hacía falta el roce de tu mano ni tu memoria. Estabas ahí, silencioso y sin duda sonriente, al percibir que nos asombraba y maravillaba ese hecho tan notorio de que nadie puede morir. Porque cómo puede morir una mujer o un hombre o un niño, que han sido tantas primaveras y tantas hojas, tantos libros y tantos pájaros y tantas mañanas y noches.


Pensaba en estas palabras, y me preguntaba cuales fueron esos amaneceres, libros, mañanas y noches con Alberto y comparto con vosotros algunos de esos momentos

 

1.     El Colegio del Pilar. Historias de dos empollones. 

Llegué a Madrid con 15 años y sólo hice dos cursos en el Pilar. En el primero Alberto y yo estábamos en clases diferentes y nos conocimos el último curso, el COU en la “C” donde los que queríamos hacer medicina coincidimos. Los dos eramos muy empollones pero Alberto era el fenómeno porque desde pequeñito había sido el indiscutible alumno número 1, aunque en gimnasia sacaba yo mejores notas. Hicimos buenas migas en aquella clase en que estaban Jesús Lopez-Herce, Javier Morón, Manolo de la Cueva, Luis blanco y otros compañeros. El otro día alguien me preguntaba si no competíamos entre nosotros y la pregunta me extrañó. Entonces me di cuenta de que nunca había pasado eso. Porque Alberto era una de esas personas sin envidias, sin celos. Una de esas personas excepcionales que nunca se comparan con nadie salvo para tomarlos como modelo. Son tan inteligentes, están tan seguras de lo que son y lo que quieren que no quieren ser algo diferente y van por el mundo con una misión, con unos objetivos propios, ambiciosos, que quieren alcanzar sin miedo al otro. Por eso son generosos y siempre ayudan a los demás a los que ven como colaboradores y no como competidores. Y Alberto era una de esas personas, generosa a tope. 

 

2.     Las noches de estudio: dibujos y una fibrilación auricular. 

Alberto fue una de las personas con las que me reunía para estudiar. Sobre todo en los primeros cursos de medicina. Los dos éramos “búhos” y trabajábamos de noche hasta que nos íbamos a clase por la mañana. En su casa recuerdo la habitación con una mesa alargada donde nos poníamos a estudiar la interminable autonomía, la bioquímica y la fisio que tanto nos gustaban. A los dos nos gustaban los esquemas y dibujar y Alberto hacía unos dibujos de muñequitos muy graciosos mientras yo ilustraba la neuroanatomía con dibujos para recordarla. Recuerdo a su madre que cada dos horas entraba con comida de refuerzo y que adoraba a Alberto. Decíamos en broma que si el aprendizaje dependía de los niveles de ATP cerebral tendríamos que dedicar las matrículas de honor a su madre. 

En mi casa estudiábamos en la mesa de la cocina, redonda y amplia. No tomabamos pastillas pero sí café en perfusión continuo. Un día después de una noche de estudio quedamos en la facultad. Me extrañó no verle en clase. Por la tarde me llamó su madre para decirme que Alberto había tenido una arritmia y que tras pasar por La Paz ya estaba en casa. Hablé con él y me contó que había tenido una fibrilación auricular que revirtió. Luego volvió a coger el teléfono su madre y me dijo la ya célebre frase “es que en tu casa preparais el café muy fuerte”. 

Ese día tuvo dos consecuencias: la primera que ya estudiábamos siempre en casa de Alberto y su madre nos pasaba un café desactivado porque yo a las 2 de la mañana estaba que me caía. La segunda que Alberto se libró de la mili por ese episodio arrítmico gracias -según su madre- al café de los Alcamí mientras yo cargaba un CETME por las estepas de Aragón.

 

3.     El descubrimiento de la investigación, la medicina y la astrología

Los veranos de la facultad. 

Alberto formaba parte del grupo de los que nos quedábamos en verano trabajando en la facultad, entró a trabajar con Solç y el prototipo del sabio despistado y un gran profesor. Allí comenzó  su combate con la bioquímica e hizo sus primeros trabajos. Nos veíamos a ratos, yo estuve primero con Gancedo y luego en fisiología con Lluch, Bernardino y Pedro Sanchez (no os asustéis, el catedrático de Farma!!! Gran profesor)

 

Nuestro primer trabajo juntos. 

Fue en sexto de carrera, nos dieron a Julio Acero, Alberto y yo una beca extraña para hacer un trabajo e hicimos una revisión de la casuística de Leucemia Mieloide Crónica en la FJD bajo la dirección de Sanchez-Fayos, un profesor entrañable. Revisabamos aquellas historias kilométricas e ininteligibles y entre otras conclusiones que sacamos con la estadística que manejábamos era la mayoría de las LMC debutaban bajo el signo de Aries, pero esto no se lo dijimos a Sanchez-Fayos. 

 

4.     El suelo del Hospital Gomez-Ulla. 

Alberto empezó la residencia en la FJD y un día recibió una carta del ministerio de defensa citándole para una revisión por su fibrilación auricular para valorar su incorporación al ejército. Imaginaos!! Le entró el pánico y años después me contó que mangó en la UVI una ampolla de un beta estimulante para chutárselo antes del electro. Cuando le tocaba el turno se metió en los lavabos del Gomez-Ulla que no eran precisamente un quirófano limpio pero con los nervios se le cayo la ampolla y se rompió. “Y qué hiciste?” -le pregunté- “Si me vieras chupando el suelo del váter del Gómez Ulla intentando no cortarme con el vidrio!!!” A menudo recordábamos esta anécdota, y sí, se libró de la mili no se si por los gérmenes del suelo, el salbutamol o los nervios que llevaba. Porque Alberto era muy divertido así tan serio como parecía y tenía ese “gramo de locura” que los genios necesitan.

 

5.     La época de los viajes.

París

En 1982, cuando hacía la residencia hizo su primera estancia en París, en Necker. Allí se fue con Amparo que estaba embarazada de Marta, así que en esta ocasión los niños sí vinieron de París. Recuerdo que les presentamos a una amiga nuestra, una persona entrañable, Muriel y fuisteis a comer a su casa. Nada más iros Muriel me llamó alarmada. “Ella está embarazada”, “sí – le contesté- ya te lo había dicho”. “Pero es que está muy, muy embarazada”. Yo no entendía como se podía estar muy muy embarazada pero nuestra amiga Muriel se quedó horrorizada porque Amparo debía estar a punto de explotar y por entonces no teniais un alojamiento adecuado. Muriel con su generosidad os alojó en su casa, conoció la experiencia de una bebé llorando y os hicisteis amigos. Amparo aprendió francés con ella. Muriel me decía que erais una pareja maravillosa pero que “Alberto llegaba muy tarde a casa”. Toda una profecía.

Montreal, Dallas, Madrid.

Iniciasteis la peregrinación por el extranjero con Patrick Binay en Montreal tuvisteis la ocasión de quedaros cuando se cerraron las puertas del regreso a España. Pero regresasteis y quiero destacar aquí el esfuerzo de Alberto en aquellos años porque el regreso al Gregorio Marañón no fue sencillo. Nosotros estábamos en París de donde regresamos en 1991 pero nos veíamos en Navidad y mis hijos todavía recuerdan los roscones de Reyes de vuestra casa, con mucha nata. 

Alberto me contaba la experiencia del retorno al que yo me enfrentaría un par de años más tarde, No era solo el que los laboratorios de investigación no merecían ese nombre por su precariedad sino la incomprensión cuando no la hostilidad de los compañeros. Las cosas han mejorado, pero hace 30 años un médico que hacía investigación no era bien visto en el hospital, “para qué sirve eso?” “se está haciendo curriculum” “aquí venimos a ver pacientes”… Sí era un médico querido y respetado en el Hospital pero no fue fácil para Alberto con los más cercanos. Lo que en cualquier gran institución extranjera era un mérito, gente a la que se cuidaba, en nuestro país se desdeñaba. 


Pero la hostilidad también venía del otro lado, de los que llamábamos “investigadores pata negra” del CSIC que veían la investigación de los médicos como una intrusión. 

Durante años, cuando me pasaba por su laboratorio a charlar y me contaba sus progresos, también sabía de sus dificultades que llevaba con una gran dignidad porque siempre fue una persona digna.


Siempre admiré en Alberto que compatibilizó la clínica y la investigación, un esfuerzo titánico que no podeis imaginar. Yo lo hice una época en el 12 de Octubre pero dirigía una sección de microbiología y era diferente del compromiso de ver pacientes y ayudarles, el motivo último por el que todos nos hicimos médicos y que algunos sacrificamos en el altar de la ciencia. Pero Alberto lo consiguió y siempre lo admiraré por eso.

 

6.     El maestro, el profesor Alberto Tejedor

Médico al que sus enfermos admiraban, investigador con éxitos, pero creo que donde destacó fue en la enseñanza. Si me preguntan qué quedará de su legado creo que serán algunos de sus estudiantes lo que lo transmitirán, a los que inspiró para ser lo que serán y hacer progresar la medicina. 

 

En un poema que siempre llevo conmigo José Angel Valente dice:

 

No inútilmente

 

Contemplo yo a mi vez la diferencia

entre el hombre y su sueño de más vida,

la solidez gremial de la injusticia,

la candidez azul de las palabras.

 

No hemos llegado lejos, pues con razón me dices

que no son suficientes las palabras

para hacernos más libres.

 

Te respondo

que todavía no sabemos

hasta cuándo o hasta dónde

puede llegar una palabra,

quién la recogerá ni de qué boca

con suficiente fe

alcanzará su forma verdadera.

 

Haber llevado el fuego un solo instante

razón nos da de la esperanza.

 

Pues más allá de nuestro sueño

las palabras, que no nos pertenecen,

se asocian como nubes

que un día el viento precipita

sobre la tierra

para cambiar, no inútilmente, el mundo.

 

7.     El Alberto más humano, la voz y la mirada.

Recuerdo de él su mirada, su voz y su risa. Su mirada era directa y profunda, su voz, grave y melodiosa, también profunda, y le veo hablando con los pacientes y sus familias, sólo con su presencia debía inspirar confianza. 

 

Tenía una sorna muy especial, un gran sentido del humor y daba unos “zascas” como se dice ahora, gloriosos. Además era muy cotilla, cuando se reía de alguna situación nunca lo hacía a carcajadas, ahogaba la risa al final como si no quisiera burlarse demasiado incluso de las situaciones más esperpénticas.

 

Siempre estaba ahí, estábamos ahí el uno para el otro. Alberto para mí era un lugar, uno de esos sitios que siempre están aunque no lo visitemos, esos paisajes de la infancia y de los acontecimientos importantes donde cuando volvemos siempre nos sentimos acogidos. Esos lugares de fidelidad y compañía, de sentimientos que no necesitan expresarse con palabras. Y esos encuentros fueron siempre un lugar especial: Madrid, Menorca donde tanto disfrutábamos y de donde tenemos fotos preciosas, su laboratorio, un garito cerca del Marañón que se llama el Refectorio y donde quedábamos a comer. El nombre nos hacía mucha gracia porque eramos por turnos como un padre prior y su acólito contándonos nuestras pecados (pobres) y andanzas. 

 

Tuvimos nuestros desencuentros, sobre todo en los últimos años por situaciones dolorosas, pero nunca perdimos el contacto porque como dice Jo en “Mujercitas” de Louisa May Alcott (una gran novela a pesar del título): “La vida es demasiada corta para enfadarse con una hermana”. Siempre seguimos viéndonos. 

 

Os cuento una anécdota que nadie conoce. Cuando estábamos en 3º/4º de medicina yo tuve una crisis personal muy profunda. Alberto nunca me decía nada que sonara a juicio, consejo o reproche pero un día me regaló uno de sus dibujos que guardé muchos años. Se ve uno de sus muñecos narigudos entrando en una calle marcada con las señales de “calle cortada” “callejón sin salida” “no pasar” , detrás de él, otro muñeco narigudo le sigue con una escalera de mano para que pueda pasar el muro que le espera. 

 

Esa ternura era la de Alberto, estar cerca con una escalera de mano para superar los problemas, las pruebas de esta vida, así lo recuerdo, así quiero recordarle, con esa escalera a mi lado.

 

8.     Y entonces llego la COVID-19

Hablamos por última vez unos días antes de que todos enfermaramos aquel mes de marzo. 


Me pidió que revisara un proyecto que quería presentar para probar la Cilastatina en pacientes COVID. Cilastatina tiene un efecto anti-inflamatorio y me pidió mi opinión. Me pareció una idea potencialmente útil por su acción sobre los macrófagos tipo M2 y le devolví el proyecto con algunas sugerencias que comentamos por teléfono. Cuando le pregunté sobre la interacción con los anti-hipertensivos me dijo que siguiera tomando mis ARA-2 que no se me ocurriera dejarlo, que la gente que más hablaba no entendía nada de cómo funcionaban los antagonistas de los ACE-2. 

 

Luego enfermó, entró en la UVI. Y el 19 de mayo nos dijeron que Alberto había fallecido. Los días anteriores los mensajes eran más optimistas pero no pudo ser. 

 

Los versos de Borges que os he leído al principio me parecieron falsos, porque la muerte nos quita todos los amaneceres, los libros, las primaveras, las enseñanzas que sus alumnos perdieron, las palabras que Alberto todavía tenía que darnos, ver crecer a sus nietos, envejecer con Amparo, las escaleras en los rincones sin salida… la muerte nos lo ha arrebatado. 

 

Se que Alberto era profundamente creyente, yo no lo soy, nunca hablamos de esto porque es algo que merece un respeto muy profundo, uno de esos lugares donde no hay palabras y argumentos. Me alegro de que lo fuera, y envidio ese consuelo que le ayudó a vivir y a morir y que hoy os ayuda, a su familia, a vivir con él de otra manera. 

 

Ese día seguí trabajando en mis informes, estudiando este virus asesino, porque la vida es así de cruel y de sabia. Cuantas veces ante una pérdida esencial quisiéramos terminar, no entendemos como la vida sigue en marcha, ciega y sin piedad por tanto dolor, pero ese impulso de supervivencia evolutiva es lo que nos permite seguir vivos. Y la vida siguió aquel 19 de mayo…

 

Pero esa noche puse música y me senté frente al ordenador para recordarle y escribí mis recuerdos con él, de un tirón saqué las palabras de ese lugar del alma donde todo el dolor se acumula y a veces se vomita como un volcán de rabia, con las palabras del poeta. Esa noche nació mi elegía a Alberto, el Aleph para Alberto que muchos conocéis y que quiero leeros aquí

 

 El Aleph

 

En su prodigioso relato “El Aleph”, Borges habla de un lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos al que llama "El Aleph". Es una metáfora de todo lo que contiene una vida, una enumeración de lo que fuimos, de lo que somos en todo momento. Hoy en este día tan triste quiero desde el Aleph recordar mi vida con Alberto Tejedor, todos esos  momentos, el Aleph de casi cincuenta años de amistad y encuentros intermitentes.

 

Aleph para Alberto

 

Vi las gárgolas del Colegio del Pilar

donde dos adolescentes buscaban la sabiduría

ante el asombro de sus compañeros.

 

Vi la facultad blanca en la hondonada

con sus clases de muros opacos y dibujos de ventanas.

Vi los cadáveres en las mesas metálicas,

los prodigiosos microscopios y la belleza de las formas de la vida.

Vi la enfermedad sacudiendo los tejidos,

y a nosotros escudriñando su misterio.

Vi los laboratorios de bioquímica donde pasábamos los veranos,

tú con Solç y sus despistes, yo con Gancedo y su bigote poblado,

tú indagando la bioquímica de la energía y sus enzimas,

yo absorbido por el científico que compartía la vida con el poeta.

Vi las horas desfilando en la cafetería, 

la intensidad de aquellos años 

en que construimos los médicos que ya siempre fuimos.

Vi la habitación estrecha donde estudiábamos

los interminables exámenes, las hojas de dibujos y esquemas

que tanto nos gustaban a los dos.

Vi a tu madre orgullosa de ti 

que nos traía café y bollos cada dos horas

Vi a tu padre fugaz y serio

a tus hermanas Paloma y Marimar como la niebla de un suspiro.

 

Llegaron  los años duros en que ser médico era salir de los libros

para aterrizar en los cuerpos devastados.

Tú elegiste el órgano prodigioso que nos purifica,

yo el misterio del cáncer y la maldad de un virus asesino.

Vi nuestros hospitales, La Concha y el Uno de Octubre, 

dos territorios de dolor donde vimos morir

y aprendimos el frágil límite entre la vida y la sombra.

Siempre fuimos médicos extraños, diferentes al resto,

porque nos atraía la curiosidad del que busca en lo desconocido,

del que araña la sombra con inútil ternura,

y pagamos con amor el precio de la ciencia.

 

Los dos aterrizamos en París, 

y trabajamos a dos manzanas de distancia.

Tú en Necker, el santuario de la nefrología,

yo en Pasteur, el templo de los microbios.

Luego nos separamos, 

tú viajaste a Dallas y Montreal,

pero siempre estuviste

como están los amigos

que fuimos cómplices en el pasado.

 

Y regresamos, los dos 

a este país árido y triste,

al que amábamos en lo más profundo,

al que amábamos tanto como para volver

y construir con el lenguaje de la ciencia, sin dejar de ser médicos,

otra forma de saber y de curar.

 

Vi a esos dos médicos aún jóvenes que investigaban

en edificios derruidos con la fe del que da sin esperar nada,

porque así éramos, así fuimos.

Vi nuestras clases, ese paraíso que es enseñar

con humor, con cariño, con ternura,

lo que tanto nos costó entender.

 

Vi a tus alumnos fascinados.

Vi la incomprensión de tus compañeros.

Vi las largas noches de los laboratorios.

Vi tus ratas y sus túbulos.

Vi tus éxitos protegiendo del mal esas células

a la vez distales y tan cercanas.

 

Nos unió tu hijo el aventurero explorando fondos marinos.

Vi esos mundos de silencio con los que había soñado siempre.

Vi a tu hija de paz y dunas mirarte

cómo solo una hija puede hacerlo.

Vi a Amparo, siempre a tu lado,

porque la vida nos dio dos compañeras que nos cuidaban

cuando olvidábamos que el cuerpo tiene un límite,

que más allá del trabajo una frontera continúa la vida,

dos amantes que nos decían que no sólo éramos mentes poderosas

sino corazón y piel necesitados de palabras y afectos.

Cuidaste a mi hijo amado cuando enfermó

Y nos acompañaste en la sombra.

 

Y ahora te has ido

 

Este virus cruel se te ha llevado

 

Un vaso de un milímetro, cristal de rubíes,

se ha roto en tu cerebro prodigioso

y ha teñido de negro el mundo.

 

Y todos los monitores se han detenido

 

Y ni el llanto de tantos puede resucitarte

 

Y ya no estás

 

Y ya todo es silencio en el mundo entero.

 

 

 

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