¿El fin de la pandemia COVID-19?

 


Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa (Albert Camus, La Peste).


Muchas veces a lo largo de estos casi tres años se ha anunciado el fin de la pandemia COVID-19. Para mí la lección aprendida es que no debemos confundir -como en tantos otros ámbitos de la vida personal y social- la realidad con el deseo. Se dan todos los ingredientes para errar en la valoración del fin de la pandemia: el cansancio por el esfuerzo realizado, los sacrificios que todos hemos hecho, el dolor, la enfermedad y la muerte que nos ha causado. Razones humanas, sinceras y comprensibles. Nada nuevo en el campo de la esperanza, ese arma de doble filo porque nos da valor, sentido a nuestros esfuerzos y resistencia frente a la adversidad, pero que también puede llevarnos a la ceguera y a cometer errores a veces irreparables. 

Pero también una realidad incontestable: que estamos mucho mejor, que lo que vivimos hoy, en 2023, no tiene nada que ver con lo que tuvimos que pasar en los años 2020 y 2021.

Permitidme algunas reflexiones generales que abordaré en mayor detalle en otras entradas del blog.

En todas las epidemias se festejaba el fin de la peste, se volvía a la vida con exceso, se quería olvidar el horror. Pero a estos motivos tan humanos y comprensibles, aunque sean equivocados, se añaden causas menos inocentes. Porque la pandemia COVID-19 se ha transformado en un elemento ideológico, más allá de la medicina, la investigación y la sociología. Un arma arrojadiza de la que se quiere sacar partido.

El primer gran anuncio del fin de la pandemia se realizó en el mes de junio de 2020: “hemos vencidos a la pandemia”. Y era parcialmente cierto. Después de un confinamiento brutal la incidencia bajó a niveles que no hemos vuelto a alcanzar. Gracias al esfuerzo de toda una sociedad que masivamente respondimos con solidaridad a una situación inimaginable. Pero desde el campo de la virología como en “La Peste” de Albert Camus sabíamos que el anuncio era prematuro porque el virus de la COVID-19 no había desaparecido y reaparecería para traer de nuevo la desgracia a una ciudad dichosa. 

En otra entrada del blog hablaré de la actitud de nuestros políticos, pero señalar en este punto que, durante el confinamiento, no había ni una sola frase o declaración de nuestros dirigentes que no se iniciara con el latiguillo “…de acuerdo con la opinión de los expertos…”. Cuando se acabó con el confinamiento también se acabó con la opinión de los expertos que por cierto nunca supimos quienes fueron exactamente. 

El segundo gran anuncio lo trajeron las vacunas. Con un lenguaje corporal de manual nuestro presidente se dirigió al país en las navidades de 2020 para decirnos que la pandemia era el pasado para girándose hacia su derecha y dando la espalda a esa frase anunciar que el futuro son las vacunas. 
Aún tuvimos que pasar la tercera oleada, para mí la más terrible por muchos motivos como expongo en otra entrada del blog. Pero cuando la primera dosis se puso en nuestro país el 28 de diciembre de ese año, había que “salvar la navidad” antes de que la campaña de vacunación avanzara. Se salvó la campaña de navidad con 25.000 muertos entre diciembre y febrero porque como en la canción se lanzó a los cuatro vientos el mensaje de que “el futuro ya está aquí”, pero no estaba, y pagamos un precio inasumible porque esta vez sí, sabíamos que iba a suceder. 

El tercer gran anuncio fue cuando en junio de 2021 alcanzamos las cotas del 50% de la población española y más del 90% de la población de alto riesgo vacunadas. El virus era ya entonces un enemigo derrotado en el discurso oficial y en el de muchos de nosotros que asistimos a un auténtico milagro con la mortalidad cayendo progresivamente a medida que la población se vacunaba. Nos equivocamos, yo también. No en nuestra valoración del poder de las vacunas sino en la derrota parcial frente a un virus que dio un salto cualitativo con la emergencia de ómicron a partir de noviembre de 2021. 

Vivimos la pandemia ómicron que fue diferente a la COVID-19 previa en muchos aspectos: el sistema sanitario no se ha colapsado y sobre todo la enfermedad es ahora leve en la mayoría de los infectados. Los hospitales han sobrellevado la oleada ómicron sin un gran stress y las UCIs y las plantas hospitalarias han estado en niveles de casos COVID asumibles. No podemos dejar de alegrarnos porque gracias a las vacunas la enfermedad es leve para la mayoría, pero no podemos olvidar que es grave para una minoría frágil por edad y por padecer otras enfermedades. Sesenta muertos diarios durante meses y entre veinte y treinta muertos diarios desde principios de este año lo atestiguan. ¿Muertos por COVID o muertos con COVID? También lo comentaré en el blog.

No nos engañemos en algunos aspectos que se repiten como un mantra. Por ejemplo, contrariamente a lo que algunos expertos dicen, el virus SARS-CoV-2 no se ha atenuado. Ningún virus se atenúa como explicaré en otra entrada. Es la inmunización de la población la que atenúa la enfermedad, pero el virus sigue ahí, ni se ha ido ni se ha vuelto “tontito”. Vigilarlo sigue siendo una prioridad y vivir de espaldas a su evolución es no estar preparados para lo que puede venir.

No comparto la opinión apocalíptica de algunos de mis colegas que anuncian oleadas catastróficas. Hay que decirlo y hemos de ser conscientes de que estamos incomparablemente mejor que en 2020 y el primer trimestre de 2021. Sin las vacunas ómicron nos hubiera masacrado multiplicando el número de muertos de la primera y tercera oleada por dos o por tres, y el sistema sanitario, económico y social habría colapsado. La protección que nos confieren, a pesar de las grietas en el primer muro, la caída de la capacidad neutralizante de nuestros anticuerpos que ómicron ha aprovechado para re-infectarnos, la memoria inmune inducida por las vacunas nos protege de enfermar y de morir. 

Tampoco comparto la opinión de otros colegas de lógica maltusiana que dicen que esto estaba claro desde el principio, que muchas medidas han sido innecesarias, que las vacunas bien gracias pero que al final lo importante es que nos hemos infectado todos para tener inmunidad de la buena y que esto es ya un catarro más en la historia de las causas de los mocos. Las vacunas no se han limitado a retrasar el escenario, lo cambiaron de una vez por todas, han salvado millones de vidas y de momento siguen protegiéndonos.  

Yo pienso que la situación es mucho mejor, que tenemos muchas más buenas que malas noticias, pero volvamos a la pregunta inicial ¿El fin de la pandemia? Sí, el fin de la pandemia que sufrimos en 2020. Sí, el fin de la pandemia de la era pre-vacunas. Pero la pandemia COVID-19 no ha finalizado. Sencillamente porque en esa ciudad en que celebramos con alegría el fin de la peste, un virus que hemos bautizado como SARS-CoV-2 sigue ahí, agazapado, evolucionando, cambiando, adaptándose. Y ya no se irá nunca. 




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