Por primera vez desde que ha empezado esta epidemia, me he echado a llorar. Ha sido esta mañana cuando he escuchado en las noticias la muerte de ancianos en las residencias de Madrid. Diecinueve cadáveres en una sola residencia. No me he podido contener. Una de las cosas más infames que tuvimos que oir al principio, cuando esto "era una gripe" -y aun seguimos escuchando- es que esta es una epidemia por la que no había que preocuparse demasiado porque sólo mataba a los ancianos. Luego se corrigió el discurso pero refleja el lugar de los débiles en esta sociedad, ser un estorbo.
Pero esto... me ponía en la piel de esos ancianos sólos en una residencia, sin que nadie fuera a buscarlos para llevarles a un hospital, atendidos como podían por sus cuidadores, sin poder ver a sus hijos, ahogandose, perdidos sin saber lo que pasa más que se están muriendo. Los galenos griegos decían que el opio era el regalo de los dioses porque ayudaba a morir... los árabes se despedían de los amigos con un beso y deseandoles una buena muerte... una buena muerte a veces salva una mala vida, una mala muerte a veces destruye todo el sentimiento vivido de una buena vida.
La noche pasada estuve corrigiendo las pruebas de un libro que escribió mi madre, psiquiatra, sobre los pacientes del psiquiátrico donde se formó cuando era estudiante de medicina en los años 1940. Historias terribles que narra de manera maravillosa porque les confiere a esos enfermos una humanidad que les era negada, intentaba comprenderlos, ayudarles, a veces les animaba a escaparse, con alguno lo consiguió. Historias esperpénticas en el límite del delirio... Mi madre murió hace ya casi 13 años. Fue una mujer extraordinaria, con una vida dura y llena de desafíos, una mujer, psiquiatra y psicoanalista en un mundo de hombres. Decía que sólo fue feliz los 13 años en que estuvo casada con mi padre que nos dejó muy pronto, pero no era así, tuvo una vida plena... y una buena muerte a los 87 años, sin sufrimiento físico hasta el final, sedada con amor, rodeada de nosotros, sus hijos...
Ese contraste me ha desmontado el corazón, no podía imaginar el sufrimiento de esos ancianos, esa generación que tanto ha hecho por nosotros sus hijos, por este país, que rompió el techo de cristal de la probreza, que emigró, que valoró que sus hijos fueramos a la universidad con orgullo, no merecen lo que están sufriendo y lo que les espera.
Con el colapso del sistema sanitario que se avecina, los médicos que estamos para salvaguardar la vida, mis compañeros, tendrán que decidir a quien se le da una oportunidad y a quien no. Es el virus el que mata, no los hombres, nosotros sólo damos una posibilidad, un poco de tiempo para que el cuerpo responda a los tratamientos. Pero todos deberíamos tener esa posibilidad y si no la tenemos, al menos el derecho de no morir en soledad porque estamos confinados y nuestros hijos no pueden pasar a vernos.
Nada será igual después de esta epidemia, nada puede ser igual, nada debe ser igual... si no aprendemos mereceremos la siguiente que vendrá. No podemos pedir a un puñado inmenso de justos, médicas, enfermeros, sanitarios que se juegan la vida que sean héroes sin ayudarles, pero tampoco podemos dejar sólos a los que nos lo dieron todo.
Hoy es mi santo, no me he acordado hasta pasada la mañana en que he mirado el whatasapp y he visto las felicitaciones, es también el día del padre, de esos padres de padres que han muerto en las residencias de Madrid sin un beso, sin poder compartir un recuerdo.
¿Cómo no iba a llorar esta mañana? como lloro ahora
El llanto nos expresa,nos reconcilia.
ResponderEliminar¡Las lágrimas han drenado mi alma dolorida tantas veces!.
Gracias Pepe por ese dolor agradecido hacia nuestros mayores.Sin ellos no seríamos nada.
Teresa