Cuaderno de bitácora, 19 de mayo. Homenaje a Alberto Tejedor

Hoy ha fallecido por la COVID Alberto Tejedor, amigo desde la adolescencia y compañero de muchos momentos. Estamos todos devastados por la pérdida de un compañero, gran clínico, investigador y con una capacidad docente extraordinaria.

Un poema personal en su memoria "Aleph para Alberto", mis recuerdos con él


En su prodigioso relato “El Aleph”, Borges habla de un lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos al que llama "El Aleph". Es una metáfora de todo lo que contiene una vida, una enumeración de lo que fuimos, de lo que somos en todo momento. Hoy en este día tan triste quiero desde el Aleph recordar mi vida con Alberto Tejedor, todos esos  momentos, el Aleph de casi cincuenta años de amistad y encuentros intermitentes.


Aleph para Alberto

Vi las gárgolas del Colegio del Pilar
donde dos adolescentes buscaban la sabiduría
ante el asombro de sus compañeros.
Vi la facultad blanca en la hondonada
con sus clases de muros opacos y dibujos de ventanas.
Vi los cadáveres en las mesas metálicas,
los prodigiosos microscopios y la belleza de las formas de la vida.
Vi la enfermedad sacudiendo los tejidos,
y a nosotros escudriñando su misterio.
Vi los laboratorios de bioquímica donde pasábamos los veranos,
tú con Solç y sus despistes, yo con Gancedo y su bigote poblado,
tú centrado en la bioquímica de la energía y sus enzimas,
yo absorbido por el científico que compartía la vida con el poeta.
Vi las horas desfilando en la cafetería,
la intensidad de aquellos años
en que construímos los médicos que ya siempre fuimos.
Vi la habitación estrecha donde estudiábamos
los interminables exámenes, las hojas de dibujos y esquemas
que tanto nos gustaban a los dos.
Vi a tu madre que nos traía café y bollos cada dos horas
Vi a tu padre fugaz y serio
a tu hermana Marimar como la niebla de un suspiro.

Llegaron  los años duros en que ser médico era salir de los libros
para aterrizar en los cuerpos devastados.
Tú elegiste el órgano prodigioso que nos purifica,
yo el misterio del cáncer y la maldad de un virus asesino.
Ví La Concha y el Doce, dos territorios de dolor donde vimos morir
y aprendimos el frágil límite entre la vida y la sombra.

Siempre fuimos médicos extraños, diferentes al resto,
porque nos atraía la curiosidad del que busca en lo desconocido,
del que araña la sombra con inútil ternura,
y pagamos con amor el precio de la ciencia.

Luego nos separamos,
tú viajaste a Dallas y Montreal,
yo a París, tú también viniste a esa ciudad
y trabajamos a dos manzanas de distancia.
Tú en Necker, el santuario de la nefrología,
yo en Pasteur, el templo de los microbios.

Y regresamos, los dos
a este país árido y triste,
al que amábamos en lo más profundo,
al que amábamos tanto como para volver
y construir con el lenguaje de la ciencia, sin dejar de ser médicos,
otra forma de saber y de curar.

Vi a esos dos médicos aún jóvenes que investigaban
en edificios derruidos con la fe del que da sin esperar nada,
porque así éramos, así fuimos.
Vi nuestras clases, ese paraíso que es enseñar
con humor, con cariño, lo que tanto nos costó entender.

Vi a tus alumnos fascinados.
Vi la incomprensión de tus compañeros.
Vi las largas noches de los laboratorios.
Vi tus ratas y sus túbulos.
Vi tus éxitos protegiendo del mal esas células
a la vez distales y tan cercanas.

Nos unió tu hijo explorando fondos marinos.
Ví esos mundos de silencio con los que había soñado siempre
Ví a tu hija de paz y dunas mirarte
cómo solo una hija puede hacerlo.
Ví a Amparo, siempre a tu lado,
porque la vida nos dio dos compañeras que nos cuidaban
cuando olvidábamos que el cuerpo tiene un límite,
dos amantes que nos decían que no sólo éramos mentes poderosas
sino corazón y piel necesitados de palabras y afectos.
Cuidaste a mi hijo profundo cuando enfermó
Y nos acompañaste en la sombra.

Y ahora te has ido

Este virus cruel se te ha llevado

Un vaso, cristal de rubíes, se ha roto en tu cerebro prodigioso
y ha teñido de negro el mundo.

Y todos los monitores se han detenido

Y ni el llanto de tantos puede resucitarte

Y ya no estás

Y ya todo es silencio en el mundo entero.



Comentarios

  1. Bellísimo, conmovedor.Siento tu pena.Gracias de nuevo por compartir.Un abrazo. Teresa

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  2. gracias por compartir tu alma.que suerte haber vivido una relación asi,qué dolor al perderla

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