Cuaderno de bitácora 28 de junio. Reflexión sobre la muerte de los mayores



Los ancianos, las grandes víctimas de la COVID-19 y del abandono social

Me resulta muy doloroso escribir de este tema porque es la cara más terrible de la pandemia. Las cifras, odio las cifras de muertos porque esconden bajo los números los nombres, los nombres de los hijos, nietos y amigos, porque también nuestros viejitos tienen amigos, a veces entrañables. No todos son vegetales, ni mucho menos, es algo que tenemos que empezar a cambiar en nosotros mismos si queremos cambiar su situación de olvido y abandono. 

Vamos con las cifras. Oficialmente han fallecido por COVID-19 entre el 15 de marzo y el 1 de junio 27.000 personas. El 80% tienen más de 75 años. Pero la encuesta de mortalidad del INE nos dice que en esas fechas el exceso de muertes fue de 44.000 personas, 37.000 de más de 75 años. Algunos dicen “pero no se morirían todos de COVID”. A ver, primero de matemáticas, hablamos de EXCESO DE MORTALIDAD, es decir que ya hemos descontado los muertos habituales en esas fechas. Murieron la mayoría de COVID o de otras enfermedades reversibles de las que no tenían que haberse muerto porque no pudieron ser atendidos. Recordemos además que durante el confinamiento no hubo apenas muertes por causas como accidentes de tráfico o laborales, o sea que el exceso de mortalidad por COVID o ausencia de asistencia sanitaria fue probablemente aun mayor. En total probablemente más de 35.000 mayores han muerto por COVID o sus consecuencias en estos meses.

Las descripciones de la unidad militar de emergencias dibujan un escenario dantesco: personal sobrepasado, diezmado también por la enfermedad, desorganización, muertos en las habitaciones porque los servicios funerarios no tenían EPIs para ir a buscarlos. Ambulancias que nunca llegaron… residencias con hasta cien muertos, y también el esfuerzo heroico de tantos cuidando de sus viejitos, de aquellos cuidadores que al inicio de la epidemia se despidieron de sus familias y se encerraron con ellos para no infectarse y contagiarlos, la luz de la bondad en la oscuridad del infierno.

Os aseguro que no puedo escribir esto sin llorar, de pena, de rabia, y de asco.

Pena porque no se lo merecían, nadie merece morir como ellos murieron. Aunque ejercí la medicina apenas diez años vi morir a mucha gente, niños en mi paso por oncología pediátrica, jóvenes con SIDA, adultos y muchos ancianos. Les acompañé como buenamente pude, en una época en que no se ayudaba a morir a los pacientes al final del camino y en que nos jugábamos la profesión si alguien nos denunciaba cuando recurríamos a la morfina o el valium. Os aseguro que pocas cosas hay más angustiosas que la muerte por asfixia. Quizás porque fui un asmático severo de joven, ver morirse buscando el aire con angustia me afectaba muchísimo. Ahora pienso en todos los ancianos que han muerto ahogados y me estremezco. 

Pena porque murieron solos. Con la angustia propia y la de los hijos y nietos en la lejanía impuesta por este virus que mata de manera cruel.

Rabia porque no hicimos gran caso a lo que estaba pasando y por la escasez de medios. No todos los pacientes mayores tienen que ir al hospital en sus momentos finales, pero eso es una valoración médica que la mayoría no tuvo. Peor aún, el problema no es que fueran trasladados al hospital, sino que en las residencias no pudieron tener una muerte digna y en paz. En muchos casos sin oxígeno, medicinas, sedación ni compañía. 

Mi madre murió a los 87 años por un cáncer metastático. No la llevamos a un hospital, era absurdo porque hubiera sufrido más. Pero fuimos acompañados por su médico, Pilar España de Puerta de Hierro, un ángel que la trató con ternura y respeto y que nos confirmó en que nuestra decisión era correcta, y por el equipo de paliativos que la trató con profesionalidad pero también con un cariño exquisito. Murió sedada y acompañada y nos dejó el dolor de la pérdida pero la paz por una buena muerte. 

Dice un antiguo proverbio árabe con el que se despedían los amigos “Que Alá te depare una buena muerte”. Y es cierto. En una columna de hace muchos años Manuel Vicent decía que los momentos finales de una persona pueden dignificar una vida miserable, pero también pueden destruir una vida digna. Nuestros ancianos no han tenido una muerte digna. Pienso en mi madre si hubiera estado en una residencia en estos días. Habría muerto sola, desorientada, angustiada y ahogándose. Esa generación humilde y dolorida que vivió la guerra, la matanza entre hermanos, que rompió los techos de cristal que nos permitió llegar a sus hijos a la universidad, que nos miraba orgullosos porque teníamos lo que ellos no pudieron ser… que en la crisis ayudó a los hijos y nietos y los volvió a acoger en sus casas, no merece lo que se les ha hecho. Nadie lo merece, pero ellos tampoco.

Asco por ver cómo nuestros dirigentes se quitan la responsabilidad y son unos cobardes. La presidenta de la Comunidad de Madrid echando la culpa al vicepresidente del gobierno, y este echando la culpa a los fondos buitre, asco cuando Cayetana Alvarez de Toledo restriega los muertos sobre la cara del presidente del gobierno y cuando el socialista Rafael Simancas dice que la culpa de que haya habido tantos muertos es del PP y de la Comunidad de Madrid… todo es miserable y mezquino, me dan asco estos políticos de todos los colores que se echan los muertos sagrados como armas arrojadizas y no asumen ninguna responsabilidad, “yo no he sido, yo no he sido”. En lugar de pedir perdón, todos ellos, porque pudieron hacer más y no lo hicieron. 

El mínimo respeto que merecen nuestros muertos son palabras de recuerdo y arrepentimiento por parte de todos.




Hace tiempo escribí un poema sobre la memoria, sobre lo que nunca hay que olvidar para mantener la dignidad. En una estrofa hablaba de los muertos. Disculpad la crudeza.                                 

Nunca olvides a tus muertos,
la mirada viva de tus muertos,
el silencio doloroso de los muertos,
el olor acre de la muerte,
el sabor salado de la piel de tus muertos,
los recuerdos amargos y dulces,
tanta lejanía, tanto amor,
el amor de tus muertos,
el amor por tus muertos,
su silenciosa dignidad.
Nunca olvides,
quienes fueron,
sus nombres sagrados
surcando el tiempo,
todo lo que por ti hicieron.

Todos seremos ellos algún día

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