Cuaderno de Bitácora. 4 de julio. Agradecimiento a tantos

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Una de las lecciones más emotivas de esta epidemia ha sido la profesionalidad de muchos y la solidaridad de casi todos. Las catástrofes sacan a la luz lo mejor y lo peor de cada ser humano. Las fuerzas biológicas de la supervivencia y de la solidaridad que nos constituyen alcanzan un equilibrio en todos nosotros.

Hay una anécdota que me emociona siempre que la cuento. En una ocasión un estudiante le preguntó a la gran antropóloga Margaret Mead, cual era el acontecimiento en la historia humana que representa el primer signo de la civilización, que revela la condición del hombre como un ser con una conciencia diferente a la de las demás especies. Todos los alumnos esperaban una respuesta como la invención del fuego, el desarrollo del silex o el arco, la domesticación del caballo, la cerámica o el fabricar elementos de adorno como pendientes y collares.

Margaret Mead contestó (hago una paráfrasis literaria propia de lo que dijo): "En una fosa de enterramiento datada en el paleolítico se descubrieron los restos de un hombre con un fémur fracturado y curado. Este acontecimiento fundamental, marca el inicio de la humanidad. Porque ese hombre que no podía sobrevivir tuvo la ayuda de su tribu para continuar vivo, fue cuidado por los miembros de la tribu, alimentado y también curado por alguien con experiencia. No fue dejado a su suerte, abandonado a la muerte. Y ese acontecimiento extraordinario que rompe las reglas de la supervivencia del más fuerte para sustituirlo por la solidaridad, es para mí, el inicio y la marca de nuestra especie."

Este es el orgullo de nuestra especie, dominante en el mundo, cruel y generosa hasta los límites. Pero generosa en su mayoría, así quiero creerlo. Y esto es lo que ha pasado en esta epidemia, una solidaridad sin límites.

- La de los sanitarios que han arriesgado sus vidas por salvar a los enfermos del destino de la muerte. Organizandose entre ellos para adaptar los centros de salud y la asistencia a los domicilios, para transformar hospitales especializados en hospitales de guerra contra el COVID donde todos los especialistas fueron durante semanas "médicos anti-COVID" hombro con hombro. No olvidemos que fueron ellos los que organizaron todo ante unas autoridades sanitarias desbordadas y silentes en muchos temas urgentes. En aquellos días, médicas, enfermeros, auxiliares, celadores, no sólo cuidaron con toda la tecnología y el conocimiento precario frente a una nueva enfermedad, sino que sonrieron tras las máscaras, acariciaron con las manos enguatadas las manos de sus pacientes, les comunicaron con sus familias con llamadas de video por WhatsApp, y también comunicaron la desgracia por los mismos medios. Me sacuden esas imágenes de los sanitarios llorando ante los micrófonos, con la cabeza entre las manos en los momentos de descanso, derrotados pero no vencidos, que sacaron fuerzas del miedo para enfrentar con valor el espanto de lo que vivían y sin saber, durante aquellos meses de marzo y abril, hasta dónde iba a llegar el horror de la epidemia y si los centros podrían resistir una prueba a la que nunca se habían enfrentado. Ellos fueron los descendientes de aquellos primeros hombres que curaron el femur destrozado de aquel semejante que dejó de ser otro individuo para ser familia y amigo. Los herederos de lo mejor de nuestra especie, los sanadores a los que Margaret Mead se refiere.

- En las residencias de mayores se produjo la mayor catástrofe, una herida que no podemos olvidar, la masacre de una generación que levantó este país, que llevó a sus hijos a los estudios que ellos no habían podido tener, que volvieron a romper las huchas en la época de la crisis que dejó a tantos en la cuneta. Han muerto sin estar rodeado de sus familias. Pero frente al dolor y la infamia no podemos olvidar a tantos cuidadores que estuvieron a su lado, sin medios en muchas ocasiones, que les cuidaron y también lloraron con ellos. Me impresionaron las noticias de residencias en las que al inicio de la epidemia los trabajadores se habían confinado con los residentes, dejando sus familias, para no contaminarse y llevar la muerte a los que cuidaban. Me parece un sacrificio sin palabras.

Pienso en que estos colectivos de cuidadores y sanitarios han quedado profundamente agotados. Orgullosos pero heridos por la tensión de estas semanas. No creo que puedan afrontar una nueva oleada si no se sanan antes, si no nos preocupamos de que descansen, de darles el apoyo psicológico que merecen, si no se prepara el sistema con nuevos profesionales que no lleven al sistema a la tensión insostenible.

Ellos han sido la cara visible de la epidemia, la línea del frente, la infantería de las trincheras, defendiendo la vida frente al ataque de la muerte...

Pero ha habido tantos otros, no quisiera olvidar a nadie...
- los farmacéuticos, mi farmacéutico Paco y su gente que nos trajeron las medicinas cuando estábamos enfermos, que hacían un recorrido por las casas de los ancianos para que no salieran a la calle y se expusieran al virus. Nuestros amigos Pilar y Javier que nos traían lo que necesitábamos, nuestro amigo Rafa que nos cuidó durante la enfermedad.
- los empleados del super, las cajeras que siempre me sonreían preocupadas bajo las mascarillas, los transportistas, los agricultores, los ganaderos, las lonjas, los empleados de MercaMadrid que nos siguieron facilitando los alimentos, Olga y las panaderas de mi barrio que amasaban cada día el pan nuestro.
- los conductores de autobús y metro, los taxistas y conductores solidarios que llevaban gratis a los sanitarios de los centros de salud a hacer los avisos, a los conductores de las ambulancias, a todo el personal de urgencia en las calles, sobrepasados, a los telefonistas del 112 que no pudieron, pero no por culpa suya, atender a la demanda.
- los servicios de correos, las empresas de mensajería, los Glovos, Uber y tantos jóvenes en bicicleta  que siguieron funcionando y trayéndonos desde tinta de impresoras a alimentos.
- los que mantuvieron vivas las comunicaciones, la red de redes. No podemos imaginar lo que hubiera sido esto sin Internet, sin las televisiones, las series en la televisión, los programas para los hijos encerrados.
- a todos los periodistas y medios de comunicación que nos mantuvieron informados, que mantuvieron viva la historia de cada día, la memoria del horror, día y noche, nos acompañaron, diciéndonos lo que estaba pasando ahí fuera.

Pero también recordar el pequeño heroísmo de los que quedamos confinados y lo aceptamos y cumplimos con responsabilidad, a los padres que cuidaron de los hijos en viviendas pequeñas, en encierros interminables. La dura prueba difícil de definir que hizo que las parejas redescubrieran su amor y quizás a veces que no se soportaban. Las pequeñas tragedias que las paredes ocultan, el silencio y el maltrato. También en la balanza de las tristezas.

Quiero recordar a los cantantes y músicos. Porque nos han acompañado con sus canciones sobre la pandemia, desde el dúo dinámico y su resistiré interpretado por tantos, himno de la lucha contra la pandemia, a Lucía Gil y su "Volveremos a brindar", pero a todos los que gracias a la magia de Internet nos han entregado versiones de sus canciones grabadas de manera colectiva desde lugares remotos del mundo, gracias Secretos, gracias Albert Hammond, gracias al Cigala, gracias a tantos por romper con vuestra música en el silencio del miedo.

Y por último quiero recordar a mis compañeros, los científicos e investigadores de este país, que desde el primer momento dieron un paso adelante para ayudar. Para realizar los diagnósticos necesarios, para conocer este virus maldito y desvelar las fallas en sus defensas, para buscar nuevos fármacos y vacunas. Todo ese esfuerzo de miles de compañeros se ha producido también en nuestro país como en todo el mundo. Un esfuerzo generoso y solidario de la ciencia que será la que resuelva esta epidemia.

No podemos olvidar a nuestros muertos pero tampoco olvidemos a todos los que nos cuidaron en estos meses, en esta primavera de encierros e incertidumbre.

Gracias a todos, de corazón, porque gracias a todos vosotros hemos sobrevivido, como el hombre con el fémur roto del paleolítico, le habéis salvado, nos habéis salvado a todos.



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