Gran Elegía a Alberto Tejedor

Hace un año que Alberto Tejedor, el gran Alberto nos dejó. Hace un año los enfermos morían a cientos en los hospitales y aún salíamos a pasear a determinadas horas y el espectro del horror seguía entre nosotros. 

Hoy, parece que salimos de un largo túnel. Podemos pasear, podemos cenar en las terrazas, encontrar a nuestros hijos y amigos, seguimos llevando mascarillas pero la vida se anuncia poco a poco como un canto recuperado. Las vacunas han cambiado todo y todavía lo cambiarán más, pero no puedo evitar pensar que no llegaron a tiempo para tantos ciudadanos y tampoco para mi amigo Alberto.

A su muerte le escribí un poema, un Aleph. En estos días he escrito una elegía al modo de John Done y os quiero explicar qué quiere decir esto. John Done es uno de los grandes poetas del siglo de oro inglés y escribió sobre el espíritu, Dios y la muerte. En nuestro siglo, el poeta y premio Nobel Joseph Brodsky escribió con el estilo de John Done un bellísimo y complejo poema que tituló "Gran Elegía para John Done" y que es un clásico.

Este poema me ha inspirado esta "Gran Elegía a Alberto Tejedor" que he compartido con su familia y que me han autorizado a compartir con vosotros. Es un poema extenso, barroco, en un estilo exhaustivo que quiere transmitir que todo el mundo esta unido, que las cosas que nos rodean llevan una parte de nosotros y que cuando nosotros dormimos y morimos una parte del mundo duerme y muere con nosotros.

En recuerdo de mi entrañable amigo, un año después de su muerte, para que nunca olvidemos lo que ha sucedido.



Alberto Tejedor se ha dormido, y todo duerme a su lado.

 

Duermen las salas de los hospitales, las camas metálicas,  en todos los lechos

los enfermos en sus sábanas blancas, en las sábanas verdes de los quirófanos,

en las sábanas negras y rojas de la espera, todos duermen un sueño sin palabras,

un sueño de imágenes ciegas, rotas, y paisajes de océanos y carreteras oscuras,

Duermen los rayos X, los escáneres, los buscas, como escarabajos negros,

no vibran en las batas y los fonendos no escuchan latidos ni el aire en las cavernas

 

Las desvencijadas escaleras, los suelos y sus arquivoltas, las columnas erguidas,

la arcilla profunda de los muros, duermen un sueño de minas y estrellas.

Mientras, los ascensores vacíos duermen en sus ascensos y descensos,

duermen las tejas y las azoteas, los nidos lúgubres de las cigüeñas,

el jilguero del amanecer espera los pasos de Alberto. Ya no canta solitario

en el bulevar donde los bancos de hierro tiemblan un dolor apenas intuido.

 

En la ciudad gris, el sueño sin colores de Alberto aletea en la tiniebla, y trae la paz.

El asfalto reposa del crujir de ruedas y pisadas y se apiada de la hierba no nacida.

Los asesinos en sus lechos reposan la crueldad  de la historia y musitan dormidos

una oración a los infiernos del mundo, de los mundos que segaron,

y los niños no tienen pesadillas ni sufren las sombras en los armarios de la noche

porque todos los fantasmas del mundo se han detenido para no despertarle.

 

Duermen los laboratorios un sueño de dudas, preguntas y experimentos,

las ratas en sus jaulas se revuelven inquietas por el mañana incierto,

duermen los congeladores el frío sueño de la nieve y se estremecen al pensarle,

duermen las probetas, los matraces, las dulces puntas amarillas y azules,

cierran sus ojos las luciérnagas y las cámaras oscuras se tornan fluorescentes

mientras la ciudad entera, en sus calles y alcantarillas, duerme.

 

Duermen las aulas, las pizarras, los cadáveres en sus mesas de disección,

los microscopios apagan sus objetivos para no contemplar el dolor de las células,

las placas de Petri incuban los invasores de todos los fluidos

los cultivos duermen en las estufas, los geles ya no levantan olas de ADN,

duermen los ordenadores un silencio de bits y codas, y las canciones que Alberto susurraba 

se apagan dulcemente en las incubadoras de los recién nacidos.

 

Duermen los fondos marinos con su espesor de columnas de agua,

duermen los órganos, el hígado, ese gran laboratorio, se ha detenido,

duerme el oscuro páncreas, reposan los pulmones sus alas de ángeles aéreos.

Los campos sembrados del intestino duermen con sus bacterias burbujeantes,

duerme la masa tierna de las neuronas dentro del cráneo que sueña y crea,

y duermen los túbulos un silencio huérfano porque su amigo, en la UVI, duerme.

  

Todo es silencio, la vía láctea duerme en el cielo, duermen las estrellas fugaces,

duerme el perímetro austral de la tierra con sus bosques y alimañas,

duermen los libros con sus letras ateridas ante tanto silencio de miradas,

duermen los “papers” subrayados en las carpetas que nadie abrirá ya nunca.

Duermen las preguntas y el dolor que las genera y duermen para siempre

las respuestas, duerme el mundo, duerme el cielo y duerme el infierno.

 

Un vaso de un milímetro se rompe, una copa de rubís vierte sangre y coágulos

y un cerebro prodigioso se ahoga con dolor y angustia,

la inundación se extiende por lóbulos y neuronas sin piedad, imparable,

como una maldición esperada el cuerpo lo sabe, las células se despiden

y por primera vez en sesentaitres años de luz y siete meses uterinos 

el músculo milagroso deja de latir, canta una plegaria de amor y apaga los monitores.

 

Alberto se ha dormido, el dolor y el sufrimiento se han dormido,

ya todo reposa en la oscura esfera de la muerte,

un estremecimiento ha sacudido el mundo…

y todo es silencio, 

y ya no hay cantos ni sonidos

en el mundo entero

 

 

 

 





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