Los años de la Peste



    Foto de Edwin Hooper en Unsplash

Escribo el último día del año 2022. El mundo da por finalizada la pandemia y vivimos las primeras navidades sin restricciones. Todos ansiamos volver a la normalidad, también por eso he cambiado el título del Blog, porque ya no es el diario de una pandemia. Pero la normalidad que nos espera no es la que vivimos antes de la pandemia. Por eso, este nuevo blog es ante todo un conjuro, un grito de rebelión frente al olvido, porque no podemos, no debemos olvidar y por el contrario debemos aprender de lo vivido, de lo que hicimos bien, de lo que hicimos mal, de todo lo que ha sucedido. Por eso el nuevo título "Aprendizajes de una pandemia".

No comparto la opinión de algunos de mis colegas que siguen anclados en que estamos mal y lanzan profecías terribles cada mes por lo que está sucediendo: nuevas variantes de nombres absurdos tipo “hombre del saco” para meter miedo a los niños, la situación en China, el escape a las vacunas, el goteo de muertes.

Aunque técnicamente sigamos en una pandemia, afortunadamente la situación es incomparable. Estamos  infinitamente mejor que en marzo de 2020, que en enero de 2021, que en julio de 2022. Pero tampoco comparto la opinión de aquellos que dan todo por superado y que desde políticos a “expertos” proclaman que esto ya ha terminado.

Habitamos un territorio todavía ignoto en el que es duro vivir: el territorio de la incertidumbre. Un desierto sin caminos trazados, cada vez más pequeño, cada vez más poblado de oasis, pero todavía un territorio incierto que sigue ahí, plagado de preguntas. Este lugar de interrogantes existe porque en 2023 hay un nuevo ser en el mundo que no existía en 2019, el SARS CoV-2, y nos va a acompañar siempre. Todavía desconocemos mucho de este enemigo temible al que hemos logrado contener con el esfuerzo de todos durante el confinamiento, y con las vacunas que como un milagro nos han puesto, a la inmensa mayoría, al abrigo de la enfermedad y de la muerte. Pero nos quedan dudas y desafíos: la evolución del virus, los efectos crónicos que produce en algunos, la dinámica global de las infecciones respiratorias, la eficacia de las vacunas actuales y cómo debemos utilizarlas. 

Al final de cada año escribo un pequeño diario con las notas que he ido tomando a lo largo de los meses. El diario de este periodo lo titulé "Los años de la peste", qué mejor título para este diario de casi tres años que sacudieron el mundo y nuestras vidas. Han pasado tantas cosas que es difícil seleccionar qué contar de este tiempo.

Personalmente, cuando vuelvo la mirada me doy cuenta de que nunca he trabajado tanto, ni he tenido que reinventar mi actividad como en estos años. Primero a nivel intelectual, estudiando un nuevo virus, luego organizando un nuevo laboratorio, nuevas técnicas que nos permiten conocer con precisión el nivel de inmunidad de la población, sobre todo la respuesta frente a las vacunas, en distintas situaciones, frente a las diferentes variantes. Un laboratorio que es sin dudarlo uno de los mejores del mundo en este campo. Gracias al esfuerzo de excelentes profesionales, gente noble y competente como Javier, Mayte, Mercedes, Fran, Paloma… un orgullo para el Instituto de Salud Carlos III y para nuestro país.

La exposición que personalmente he tenido nunca antes la había vivido: conferencias, informes, divulgación de lo que estaba pasando, declaraciones en radio y prensa, en la temida televisión, artículos de impacto en las mejores revistas, más de 50 conferencias sobre la COVID-19 en temas diversos: virología, inmunología, vacunas… esos territorios que tras mucho estudio conozco y de los que sobre todo soy consciente de lo mucho que desconozco.

Pero también he ampliado mis conocimientos y el público al que habitualmente me dirijo: conferencias sobre ética de la investigación, difusión de la ciencia, lucha contra los bulos, cuestionar a veces a mis compañeros. Un trabajo más importante que nunca porque pocas cosas matan más que la ignorancia. Una época de compromiso social de la ciencia y los investigadores, entrevistas, hacerme youtuber y estar presente en redes sociales. Me ha abrumado que algunas charlas hayan tenido miles de visualizaciones.

Siento que nunca tuve tanta responsabilidad frente a los ciudadanos de mi país. Humildemente, junto a tantos otros hemos intentado ser, con aciertos y errores, la voz de la razón, de la cautela y también de la esperanza.

Como la defino en mis charlas, hemos vivido la primera epidemia de la era Twitter con todo lo maravilloso y miserable de las redes sociales, con toda la publicidad dada por científicos e ignorantes, toda la información excelente y también la basura, el nacimiento de expertos de los que nunca habíamos oído hablar y que opinaban de todo y nunca han publicado nada. Expertos que se transformaron en opinadores universales y  tertulianos cada vez más anclados a los platós y a la ideología. 

Los años de la peste, que recordaré siempre, los años en que el mundo se detuvo, y cambió. Años de sufrimiento y de generosidad sin límites por parte de los que nos cuidaron, del éxito de la ciencia que salvó a tantos. Años de sacrificio por parte de todos, un sacrificio que fue importante, útil y decisivo. Porque hay que decirlo también ahora: el confinamiento, las mascarillas, la prudencia de la población salvó miles de vidas y nos libró del colapso sanitario y social. Pagamos un precio muy alto: soledad, aislamiento, quiebra de empresas, pérdida de empleos, dejar de viajar, deterioro de la salud mental… y como siempre los más vulnerables fueron los que pagaron el precio mayor: ancianos, enfermos, pequeños negocios, familias con pocos recursos…

Todavía no podemos calibrar todas las consecuencias: la enfermedad que el virus causa y sus secuelas a medio plazo, el impacto económico, los llamados efectos sindémicos o colaterales de la pandemia como las enfermedades no detectadas, el agotamiento de la sanidad pública.

Trabajo, artículos, palabras… Y sin embargo, nunca fue para mí tan necesaria la poesía y la música, acompañando a la tragedia, al lenguaje de la razón. Mi único consuelo frente a los amigos muertos han sido las palabras y la música que me dieron la fuerza, que me protegen siempre del dolor y me acogen en el sueño bendito de su regazo. Como Albert Camus escribió: “necesitamos el pan, pero conservemos el recuerdo del brezo”, o como dice la canción que colgué en mi blog y que vuelvo a recordar, “dadme pan, pero dadme también rosas”. Por eso en este final del blog compartiré algunas de las poesías escritas en estos meses.

Un periodo terrible y fascinante cuyo punto álgido retraté en mi blog, una crónica de los meses terribles y que forma la base de mi diario de estos años.

Ahora lo cierro con unas reflexiones sobre todo lo que hemos vivido, sobre este futuro mejor, sobre las incertidumbres… porque creo que las palabras son necesarias para contar no sólo el presente, sino para comprender mejor el pasado, para intentar entender lo que hicimos bien, nuestras debilidades, lo que hemos mejorado y dónde debemos poner nuestro esfuerzo para mitigar lo que vendrá.

No es este un ejercicio de nostalgia sino de reflexión y aprendizaje. Hemos olvidado muy rápidamente porque la memoria colectiva es frágil y el olvido es necesario para sobrevivir pero es también injusto, sobre todo cuando olvidamos a los héroes y a los muertos. Este país parece que ha olvidado muchas cosas como los aplausos a las 8 de la tarde, y sus autoridades han aparcado promesas de mejora de la ciencia y la sanidad que han caído en el olvido, y los expertos no comentamos todo lo que nos hemos equivocado, y los medios la confusión que a veces han creado. No hemos hecho una sola autocrítica, un análisis de lo que ha sucedido y cómo podemos mejorar.

Nos lo debemos, lo necesitamos, es también nuestro deber recordar. Estas últimas entradas del blog quieren ser ese recuerdo de lo que vivimos: de nuestros muertos, de los que nos cuidaron, de cómo se expandió la epidemia, de cómo y por qué fracasaron los sistemas de prevención, de lo que hemos aprendido de este virus, su origen y su evolución que no se ha detenido, del éxito de las vacunas y sus limitaciones, de las fragilidades que teníamos como sociedad para enfrentar una pandemia, y las que seguimos teniendo, de todo lo que hicimos bien y dónde fracasamos.

He dudado mucho en hacer público estas reflexiones. Las escribí para mí porque me lo debo y lo necesito pero quizás debo compartir también esta etapa como lo he hecho con las previas. Un análisis crítico y autocrítico visto con la perspectiva de esta vida nueva que volvemos a disfrutar, con el recuerdo de todo lo que hemos vivido y aprendido. Pero también para señalar lo que nos queda por hacer para enfrentarnos a la próxima pandemia, porque ésta no será la última.

En un día como hoy, que coincide con la supresión del uso de las mascarillas me parece oportuno recordar la segunda entrada de mi blog que os invito a leer. El anillo del Rey






 







Comentarios

  1. Muchas gracias Pepe por esta honesta y bella reflexión y crítica. Quienes leemos esto?. Se necesita difusión de este tipo de mensajes... La referencia al Anillo del rey es muy oportuna. Sigue nutriéndonos .

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