Los años de la Peste

 

     Imagen de Ignacio Vidal


Y entonces llegó,

como una emboscada,

oculto en el ramaje cruel de la naturaleza

saltó sigilosamente

hasta hacerse fuerte en nuestros pulmones

y destruir el mundo tal como era.

 

Mientras felices lanzabamos cohetes y bengalas

desde las islas Fitji a California

y la humanidad se deseaba salud y riquezas,

una fría sombra aleteaba

en la meseta central de oriente, una vez más,

y asestaba sus primeros machetazos.

 

A lomos de un vendaval de aves de acero

un ejército microscópico, cruel y silencioso

tomó las esquinas de las ciudades,

los campos todavía helados

a los que nunca llegó la primavera,

y tiño de muerte todos los paisajes

 

Aprendimos, con dolor y asombro

que no estamos solos en este planeta,

que todo nuestro saber no protege de la muerte

y que el amor no puede

frenar el avance imparable

de la peste y de la historia.

 

Recobramos pesadillas olvidadas,

la soledad de los encierros

el silencio del asfalto encadenado,

los pasos prisioneros,

y fuimos esclavos de lo invisible,

del aire y del destino.

 

Nos transformamos en ángeles caídos,

príncipes destronados,

estatuas sin pedestal,

gigantes mutilados,

y aprendimos con sufrimiento

los muertos que causó nuestra arrogancia

 

Se ensañó con nuestros padres y abuelos

como si quisiera destruir nuestra memoria,

la historia de lo mejor que fuimos,

y aquellos que nos dieron la vida,

con calculada crueldad,

fueron pasados por las armas.

 

Nuestros hijos no enfermaron

y fue el único gesto de piedad

del enemigo que nos acorraló,

que se llevó la risa y los abrazos

que sembró de dudas el mundo

y de pobreza todos los territorios.

 

Dejaron de sonreír las ciudades

abandonadas por el encierro de la vida,

mientras unos muchos héroes

acompañaban la muerte en las camas blancas

en aquellos días de tanto dolor

en que una vez más las mujeres nos cuidaron.

 

El sabio, en el silencio de su caverna peleó

con el conocimiento y la constancia

y halló con fe la palabra definitiva

que el enemigo intenta esquivar sin descanso,

porque no está todavía

la guerra ganada.

 

Este mundo castigado empieza a respirar

con dudas y esperanza

tras mascarillas confusas y azules que se desvanecen.

Pero aún podemos perder la última batalla,

por eso debemos recordar, la memoria de los muertos 

es nuestro escudo y nuestra espada.

 

Porque si olvidamos su dolor,

y que hay enemigos más fuertes ahí fuera,

en los bosques, las selvas y marismas,

en el gran laboratorio de la naturaleza herida,

en mundos invisibles desprovistos de piedad,

si olvidamos todo lo sucedido, lo que está por venir,

 

la peste regresará victoriosa


Pepe Alcamí

 

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